A susurros...

Publicado en MERCED, nº 3 —Septiembre, 2021—


La vida pasa de puntillas, y nosotros con ella. 

Somos una imperceptible pincelada en el lienzo eterno de la esperanza. Por ello, y siempre bajo mi humilde opinión, el ser humano se pasa la vida buscándose a sí mismo, intentando encontrar ese sitio que le ofrezca felicidad y bienestar para poder así reflejarse y realizarse; en definitiva, ubicarse dentro del susodicho lienzo, que acapara y engloba todas las facetas de la vida, como pueden ser la profesional, la familiar, la cultural,... y, cómo no, la de la fe.

Esta última me hizo, créanme, mejor persona. 

Pero es que, además, no sin ella y para afianzarla más, mi Hermandad me dio la oportunidad de ser costalero de mi Cristo Caído, hace ya más de veinte años.

Dime bajito, mi Cristo del amor, ¿cuánto más necesitarás mis alpargatas? ¿Cuánto más necesitarás mis almohadillas? Porque yo te necesitaré siempre.

El costalero siempre está preparado para cuando su capataz lo necesita, «¡vámonos de frente!», o «¡al cielo con Ella!» o «¡a ésta es!», pero ¿está preparado para pronunciar el «¡hasta aquí llegó!»?

Quizá nunca se está preparado para ello; aun así, es un momento que llega, claro que llega, y hay que saberlo encontrar y aceptar. Pero, ¿cuándo es? ¿Cuándo ves que los compañeros de tus inicios van terminando su etapa? ¿Es necesario aguantar todo lo que puedas porque así te sientes costalero más tiempo? ¿Aguantar hasta que tu hijo recoja tu testigo? ¿Cumplir una cantidad de años para igualar en tiempo a algún conocido? ¿Sigo porque este año hemos acortado el recorrido y lo quiero realizar completo una vez más? ¿Salir un año más para llevarlo después de la pandemia? ¿Sigo hasta que mi cuerpo aguante?

El costalero, en ese sentido, es egoísta. Quizás nos centramos en demasía en el yo de ahora y, sin querer, estamos obviando y desplazando a los más jóvenes, a aquellos que sueñan con ser tú por un día, a los «yo .de hace 25 años». ¿Y qué hacemos con ellos? ¿Los hacemos esperar hasta que nuestro ego se llene y se desborde? La ilusión de un joven aspirante a costalero es fortísima, pero a la vez inestable, tanto que si, a su juicio, la espera es demasiado prolongada, es capaz de quebrantarse por completo.

Difícil decisión, ¿verdad?

Dime a susurros, mi Cristo del amor, ¿cuánto más necesitarás mis alpargatas? ¿Cuánto más necesitarás mis almohadillas? Porque yo te necesitaré siempre.

Jairo Muñoz Núñez