Ahora más que nunca

Publicado en MERCED, nº 4 —Cuaresma, 2022—

Tengo un amigo que piensa que nuestra forma de ser se refleja en cómo jugamos al fútbol. El que es generoso y hace que sus compañeros jueguen, también es generoso en el día a día. El que se entrega, corre y briega, según él, en su vida y su trabajo también lucha, briega y se entrega; el que es un vago y no corre, en su vida será un flojo. El que es un artista, igual, el individualista, el que siempre está tirándose, el que siempre está quejándose, el que habla más que juega... también repetirán estos patrones en su día a día en la manera de hacer las cosas. A esta teoría que, como todo, compartirán algunos y a otros les parecerá una majadería, yo le añadiría que no solamente dentro de un equipo de fútbol, sino en toda actividad colectiva, como bien puede ser una hermandad y que esas mismas actitudes son extrapolables a nuestros comportamientos dentro de la misma.

Siguiendo con el símil futbolístico, podríamos decir que todos compartimos un entrenador en común que unas veces nos pone en una posición y otras veces en otra. Más de una vez le he visto «da un banquillazo» a alguno que se lo tenía bien merecido, o bien poner a alguno en una posición que a priori no es la que desempeña habitualmente, cambiar el «sistema de juego» o hacer rotaciones; éste no es otro que el Señor, al que nosotros ponemos rostro identificándolo con Nuestro Padre Jesús Caído. En cualquier momento nos puede llamar a ser titulares y otras veces incluso nos puede mandar a la grada. En el primer caso tendemos a creer que estamos ahí porque nos lo merecemos, porque el entrenador hace justicia y nos duele que no se entienda ni se respete «nuestra forma de jugar». En cambio, en el segundo caso, cuando nos vemos relegados, en esos momentos malos en los que a priori no estamos cómodos con nuestra situación dentro de la «plantilla», es cuando realmente sacamos lo que llevamos dentro. Si somos de esos que nos dedicamos a criticar a los compañeros que están jugando en ese momento, o al capitán que ha nombrado el resto de compañeros, o envenenamos dividiendo al equipo, creando corrillos y fomentando el mal ambiente, difícilmente contribuyamos a que el equipo funcione y logre sus objetivos. Nos tendríamos que plantear si restamos más que aportamos a nuestro equipo. Si por el contrario cuando no somos titulares o cuando la forma de juego que tiene el equipo no se adapta a nuestros gustos o manera de hacer las cosas, lo que en ese momento se demanda de nosotros es que nos esforcemos aún más, que apoyemos aún más a los compañeros «titulares» y que nuestros galones, esos que creemos bien merecidos por nuestros méritos, los volquemos en crear un buen ambiente de trabajo y un clima favorable para la plantilla.

Lo bueno de pertenecer a nuestra Hermandad y no a un equipo de fútbol es que aunque hayamos corrido poco, hayamos estado desafortunados o hayamos estado tratado de envenenar al vestuario en nuestros momentos de debilidad, si tiramos de conversión, de perdón y de reconciliación, «nuestro míster» nos dará una oportunidad y nos premiará el que hayamos puesto nuestro granito de arena para que el equipo funcione. Seguro. Por ello, si a nuestro juicio no estamos en un buen momento por el rol que nos ha dado «el entrenador» ahora, hagamos nuestro ese cántico de las aficiones buenas, las que apoyan a los suyos en los malos momentos y «AHORA MÁS QUE NUNCA», cuando más lejos y a la vez más cerca estamos de nuestro próximo y anhelado Jueves Santo, pongamos nuestro granito de arena para que «nuestro equipo» consiga sus objetivos y llegue a lo más alto.

Fernando Jaime PACHÓN CANO