«Oración del Jueves Santo» (Semana Santa en Osuna, 1966)

Con la nostalgia del Jueves Santo a flor de piel, recordamos este artículo publicado en la Revista de Semana Santa en Osuna de 1966, que no aporta ningún dato histórico ni alaba nuestras Sagradas Imágenes, pero ahonda en las emociones y debilidades más íntimos. Como toda expresión de sentimiento sincero, no ha perdido veracidad, ni vigencia alguna. Más bien al contrario; lean y podrán comprobarlo.

Aquí estoy, Señor. Para ti cogí flores de mil colores. Cada una me parecía el eco de mi deseo; las cuidé, las mimé, pero un día las dejé al sol de agosto y cuando volví, ya descoloridas y deshojadas, me dio vergüenza ofrecértelas. Ya no tengo flores que ofrecerte, sólo me queda una rosa roja encendida en mi pecho.

Señor, yo sé que me amas más por lo que tengo de barro que por lo que tengo de ángel. Postrada ante ti, desfallecida, sé que estás conmigo, más que cuando estoy erguida. Hoy, Señor, tengo miedo de una nube negra que empieza a aparecer en el mundo; me causa espanto el desenlace que puede llegar de un momento a otro precipitado por la carrera y la locura del hombre. En esta noche serena, miro al cielo y la mar abierta y comprendo que la honda realidad de las cosas está en su potestad. Todo calla porque te siento en mí: las estrellas están silenciosas, el agua del río permanece quieta, las hojas de los árboles están inmóviles. Tú hablas, Señor, en todas las cosas que se callan. Cuando está oscuro a mi alrededor te has presentado; cuando todos los caminos están cerrados es cuando avanzas llevando la llave en la mano; cuando mis fuerzas y las del Universo son nada, te veo aparecer con la omnipotencia brillando.

En este Jueves Santo, sé que te ha sido larga y fatigosa la jornada. Yo quiero enjugar tus pies y secar tu sudor, quiero hacer algo por ti, deseo que mi vida se abra... pero temo, mi Dios, que la tormenta lance sus rayos cuando amanezca; temo que los lobos bajen hambrientos desde la cima de la montaña... ¿acaso desconfío? Soy débil, pero quiero olvidarme de todo; pongo toda mi esperanza en ti, no deseo saber nada, más que abandonarme en tu amistad, sólo en ti podré sentirme segura. Las olas del mar no temen sino que se abandonan y mueren mansamente en la arena. Quiero olvidarme y morir en el regazo amoroso de tu clemencia. No ansío liberarme, ni la evasión de las amarguras de realidad; ni pretendo dar alcance a un sueño inaccesible, sino conseguir que no me abrase la llama del desvarío, que mi vivir no se estrelle en la locura, que siga su camino sereno entregado a tu designio; que mi vida se levante, que no se quede prendida en las zarzas, aunque estas parezcan floridas...

Mª Angeles Navarro López. Profesora del Instituto (Revista Semana Santa en Osuna, 1966).

Ilustra el artículo una fotografía del Cristo de la Sangre (siglo XV).