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El Libro de Visita de 1695

Una visita pastoral realizada por don Joseph de Villota los días 1 —Domingo de Resurrección— y 2 de abril de 1695, registrada en el Libro de Visita nº 1343 del Archivo del Palacio Arzobispal de Sevilla [*], nos va a permitir detenernos precisamente en el excepcional y piadoso contexto local de la década anterior a la obtención del reconocimiento eclesiástico o fundación oficial propiamente. Años en los que se ya fraguaba la Cofradía de Jesús Caído por don Manuel de Ábalos y Pimentel.

El visitador palaciego da cuenta de que la población de la villa era de unos cinco mil vecinos «desahogados y cavilosos», con dos clanes familiares fuertemente enfrentados los unos a los otros. Se trataba de «los Valderrama y Ceballos» contra «los Cepeda y Ayala». No se refiere el motivo del enfrentamiento de ambos bandos, que cabe achacar a disputas en la gestión de tierras o intereses económicos en suma, pues en ellos suelen radicar las discrepancias familiares en cualquier época.

El VI duque y el primer cura de Osuna

Ese año, don Francisco María de Paula Téllez-Girón y Benavides, VI duque, era el titular de la Casa Osuna en el contexto del final del reinado de Carlos II, una época de crisis política y sucesoria en España. Acababa de heredar el ducado tras la muerte de su padre, Gaspar Téllez-Girón y Sandoval, en 1694.

El joven duque ejerció como Señor de la Villa con tan sólo 19 años. Para su gobierno se valía de una estructura organizativa compuesta por un corregidor —don Alonso Francisco de Palacios— y dos alcaldes. Uno por el estado noble —don José de Cepeda—, y otro por el plebeyo —don Juan Romero—, cuyos nombramientos eran muy recientes.

Contaba también con una Audiencia del Estado Ducal, donde ejercían dos jueces: don Francisco de Mesa —doctor en cánones y clérigo particular de la iglesia colegial— y don José de Clavijo. El gobernador de la Audiencia era don Bartolomé de Angulo y Bohórquez.

El duque no sólo era la cabeza del ámbito jurisdiccional de su estado, también era el patrono eclesiástico único de la villa y sus aldeas, cuyo conjunto formaba la vicaría de Osuna. Precisamente, el único cargo eclesiástico que no dependía de la aprobación del duque era el del señor vicario, don Sebastián de Mérida, presbítero de 48 años y doctor en cánones por la Universidad de Osuna.

En modo de patronato, el VI duque de Osuna tenía competencia para administrar los diezmos y validar los cargos eclesiásticos de la iglesia colegial de Nuestra Señora de la Asunción, única parroquia, donde se reunía todo el clero secular de la villa, muy numeroso.

El cabildo colegial estaba compuesto por un abad, cuatro canónigos dignidades, diez racioneros y otros diez canónigos. De estas 25 figuras, al duque le correspondía percibir diezmos. En compensación, les surtía de cierta cantidad de grano.

Fuera de la estructura del cabildo colegial, la nómina que cita de Villota en su visita a la parroquia única es aún más extensa. Suma y sigue: 22 clérigos particulares, 4 presbíteros, 8 mozos de coro, 2 mozos de fábrica, más los capellanes del Sepulcro con su capellán mayor y los miembros de la capellanía de la música, sin determinar número exacto. También se reseña el cargo del colector, que parece ser el administrador de las misas, que en 1695 es ejercido por don Alonso González Coronel, al que se denomina como «primer cura de Osuna».

Conventos y monasterios masculinos

El inspector palaciego continúa registrando su actividad pastoral. Lejos de importunar o causar rechazo, en su breve paso por las numerosas órdenes religiosas asentadas en la villa parece ganarse la confianza de los frailes y monjas, según se deduce de las curiosas anotaciones. Para no ser muy prolijos, extraemos sólo algunos detalles de esta particular ronda por los numerosos cenobios de la villa..

El convento de Santo Domingo contaba con 44 religiosos y el prior de la Orden de los Predicadores era fray Juan Grosso, al que «no lo han aceptado» por tenerlos «muy a raya» y «quieren traer a otro que los deje vivir con más libertad».

San Francisco estaba integrado por 30 franciscanos observantes, siendo su prior fray Juan de Alfonseca, al que «le falta el don de gobierno» pues «ha tenido el convento dividido en dos bandos con no poco escándalo».

En el cenobio de San Agustín, bajo la advocación de Nuestra Señora de la Esperanza, residían 32 agustinos observantes, siendo fray Francisco de Espinosa su prior desde hacía pocos días y del que «dicen que es buen hombre».

El convento de Nuestra Señora del Carmen acogía a 24 carmelitas calzados. Fray Juan Recio era su prior, «hombre virtuoso y docto, gobierna bien sus frailes».

En las instalaciones de Nuestra Señora de la Victoria hacían vida 16 mínimos de San Francisco de Paula, siendo regidos por fray Juan de Vega, del que dicen «tiene adelantada la casa».

El cenobio de Nuestra Señora de Consolación, la Tercera Orden Regular de San Francisco contaba con 26 religiosos, bajo el ministerio de fray Diego Cuadrado, quien «hace pocos días se nombró y todavía no ha venido».

Del Sancti Spiritus se dice que «es una casa pobre» y cuenta sólo con 7 canónigos regulares del Espíritu Santo. Su prior era don Pedro Linero, «sujeto de corta capacidad y poco propósito para prelado».

En San Juan de Dios vivían 12 religiosos para la administración del hospital e iglesia con la advocación de Nuestra Señora de la Luz. Fray Antonio Pérez de Cuenca era su prior, «hombre de viveza y actividad (...) trata bien a los pobres, atendiendo en los posible su curación».

La casa de la Compañía de Jesús en la iglesia del Real, con la advocación de San Carlos, estaba integrada por 10 religiosos, siendo el rector de estos jesuitas don Matías de Valbuena, del que «dicen que es docto y virtuoso, aunque corto de natural».

En el convento de Nuestra Señora de la Merced se cuentan 18 frailes mercedarios descalzos que «viven bien». El padre comendador era fray Francisco Caravaca, quien «hace pocos días se nombró y todavía no ha venido».

Conventos femeninos

El convento de la Concepción acogía a 64 monjas que «parece viven con recogimiento». sor Maríana Morillas era la abadesa de las concepcionistas, «mujer anciana y de buen gobierno».

En San Pedro residían 26 religiosas carmelitas que «viven bien». Sor Andrea Paz y Mérida era su abadesa, «monja virtuosa, pero de poco espíritu para prelada y de corta capacidad».

De Santa Catalina no se registra cuántas religiosas dominicas había concretamente. Su priora era sor Gregorio de Paz, «virtuosa y de buen gobierno».

En Santa Clara vivían 40 religiosas clarisas, siendo su abadesa sor María Jaramillo, de la que «dícenme que no gobierna mal».

En el monasterio de la Encarnación se encontraban 18 religiosas mercedarias descalzas, siendo su comendadora sor Beatriz María de la Santísima Trinidad, «mujer capaz, discreta y de buen gobierno». El convento se encuentra «muy recogido y de virtud».

Fiestas y devociones litúrgicas

En cuanto a cultos externos con salidas procesionales, la Semana Santa de 1695 se reducía a tres jornadas. El Miércoles Santo su estación de penitencia la Cofradía de la Humildad y Paciencia, con sermón de Pasión. De forma similar, lo hacían la Cofradía de la Vera Cruz el Jueves Santo y la Cofradía de Jesús Nazareno el Viernes Santo.

Para el Corpus Christi la Cofradía del Santísimo Sacramento de la colegial celebraba «fiesta solemnísima», al igual que la Cofradía de San Sebastián en su ermita. La festividad de San Pedro también tenía una especial celebración «con una larga vigilia».

Se destacan tres grandes fiestas marianas: la Asunción de María, titular de la iglesia parroquial; la festividad de Nuestra Señora del Rosario, celebrada por su cofradía el primer domingo de octubre; y la solemnidad de la Pura y Limpia Concepción de María, el 8 de diciembre, también por su cofradía.

La devoción a las Benditas Ánimas del Purgatorio encuentran especial cobijo en la villa, con la presencia simultánea de tres cofradías con sede en la iglesia colegial, convento de San Francisco y convento de San Pedro.

En el Libro de Visita queda constancia también de la religiosidad popular de la villa, muy desarrollada si consideramos el elevado número de cofradías registradas, así como los datos consignados sobre las previsiones de ingresos por «limosnas, averiguaciones y entradas de hermanos» y gastos de cada una de ellas.

Puede verse un resumen en la imagen inferior.

Como decíamos al inicio, las anotaciones de Joseph de Villota nos permiten imaginar cómo pudo ser el fervoroso contexto religioso y social en el que don Manuel de Ábalos y Pimentel movilizó un grupo de fieles devotos con la aquiescencia de los frailes mercedarios.

Del mismo año que se registra el Libro de Visita a la villa se data un impresionante antecedente escultórico de Cristo Recogiendo sus Vestiduras o del Mayor Dolor (José de Mora, c.1695), imagen tristemente desaparecida en el incendio de la iglesia granadina del Salvador en 1936.

Pocos años después de este referente artístico,  una imagen de la misma iconografía (Alonso Gayón, 1703) aglutinará en Osuna a toda una comunidad de fieles cuya cadena de devociones se extiende hasta nuestros días.


[*] José Sánchez Herrero, «La villa y su gobierno ducal. La Iglesia y la religiosidad (1695-1739)», en Osuna entre los tiempos medievales y modernos (siglos XIII-XVIII). 1995, págs. 363-388