
La Columna | José Carlos Galindo. Publicado en MERCED nº5 —Mayo, 2022—
El mejor día del año
Son trescientos sesenta y cinco días cada año. La mayoría comunes, corrientes y más o menos rutinarios. Otros esperados y señalados para todo el mundo: Navidad, Fin de Año... Algunos particularmente reseñados en el calendario como cumpleaños, aniversarios... Fechas de fiestas locales, Feria, romería, Patrón, Patrona. Días especiales de recuerdo triste, o alegre... Pero sólo hay un día, uno al año, que es superior a todos, que te cimbrea el alma desde que empieza hasta que lo acabas.
Es ese día de la tradición. Uno de los tres jueves que brillan más que el sol. Aunque a veces el sol ni asome. Pero es ese Jueves que vas de la cama, en zapatillas y pijama, al lugar de tu casa donde mejor veas el cielo para ver si está azul, sin nubes y con el sol del refrán. En mi casa, la de mis padres, era la azotea, y si se encogían los ojos por la luz era presagio de un buen Jueves Santo.
Porque el Jueves Santo es el mejor día del año. Sin duda. Y este en particular ha sido especial después del bienio horribilis. Y además empezó con buen presagio. Sol. Cielo azul. Nubes las precisas. Pijama y zapatillas. Azotea, ahora la de mi casa. Ojos encogidos. Corazón feliz.
Alma henchida. Y túnica planchada, debidamente colgada y con todos los pertrechos listos esperando la hora del peregrinaje a nuestro sanctasanctórum personal. Santo Domingo.
Santo Domingo nos llama
A los Caídos, desde que nos levantamos este día, Santo Domingo nos llama. Años atrás aunque sólo fuera para encontrarnos algunos en esa entrañable placita del Bacalao, como en un breve exilio temporal al que nuestro Don Desiderio nos sometía irremediablemente a modo de penitencia hasta la hora de los oficios. Pero Santo Domingo te llama. El buen Jueves Santo, si es posible, no debe carecer de encuentro en nuestra placita. Ni debe carecer, del mismo modo, si es posible, de la fraternal convivencia cervecera para hacer la espera más liviana y donde son propicias anécdotas, recuerdos y toda entrañable andanza Caída.
Porque los Caídos, queridos hermanos, somos como el compendio de los grandes Don Quijote y Sancho. Todos tenemos aventuras y desventuras cofradieras, historias y recuerdos que en nuestro Jueves del año quieren salir al vuelo como las capas azules de nuestros hábitos que nos aguardan colgadas en casa.
Y llega el momento. Porque todos los momentos de este Jueves casi son un trámite que gusta y apetece vivir, que crean el ambiente y la expectación necesaria, el mesurado nerviosismo interior que intentas negar pero que te encanta sentir cada año para llegar a este preciso instante. Ese instante que esta vez ha estado dos años secuestrado. El momento de vestir nuestro hábito. La ceremonia trascendental (y no exagero) de ponernos nuestra túnica y colores. Y es trascendental, sí. Lo es porque vives un momento cargado de recuerdos. Recuerdos de cuando de pequeño tu madre te la ponía semanas antes del Jueves para sacarle otro año más al dobladillo. Recuerdos de cuando tu padre te anudaba el cordón con todas las vueltas que hicieran falta para que no arrastrase.
Todo recuerdos y todos trascienden de ti y tu momento al momento mágico que ellos te han enseñado y que tú hoy perpetuas, a modo de homenaje personal e íntimo ha ia ellos.
Y así, de túnica blanca y capa azul, comienzas el camino al único sitio del mundo donde este Jueves del año tienes y quieres estar.
Jueves Santo especial
Y, claro, sí. Sin dudarlo. Este Jueves Santo ha sido especial.
Los Caídos por mandato, o más bien por recomendación de nuestras Reglas, debemos ser ejemplo de humildad. Es cierto.
Pero este año entrar en la placita de Santo Domingo de blanco y azul capa al vuelo y plaza llena, ha sido una verdadera gozada. Como una reivindicación de «hemos vuelto». La entrada en Santo Domingo se hace entre saludos a conocidos que han asistido a los Oficios y una búsqueda implacable de los hermanos a los que tienes ganas de dar un abrazo guardado por dos años. Esos con los que te une un especial sentimiento por lo vivido en nuestra casa y esos a los que, por el motivo que sea, sueles ver únicamente este día del año. Y, claro, vuelven los recuerdos.
También buscas ya no con los ojos, con el corazón, a los que sabes que no puedes ver pero que sí están presentes. Presentes mirando nuestros pasos y nuestros Titulares, porque ahí los ves a ellos y a su trabajo. Ahí están todos los nuestros. Y no hace falta nombrar a nadie. Son y están todos hasta tres siglos y pico atrás. No falta ninguno.
Sencillez y humildad
Este Jueves Santo ha sido un disfrute pleno. Personalmente para mí, la fila y un cirio son volver a la infancia. Aquella infancia sin capa y con escudo de cruz en el capillo hecho por Joaquín Araúz. Felicito a nuestra Junta por la gran organización dentro del inevitable y entrañable caos de Santo Domingo después de los Oficios. Os felicito de corazón. Este Jueves Santo ha sido precioso y entrañable. Gracias.
Y ¿en qué aspectos considero yo que un Jueves Santo es precioso? Pues en los que están al alcance de nuestras manos. En lo sencillo, que es primordial para hacer que algo sea entrañable. Sencillez y humildad, nuestras Reglas son sabias. Sin importar la meteorología. Sin importar el lucimiento (aunque naturalmente guste). Sin importar el resto del Jueves Santo. Porque en realidad nuestro Jueves, nuestro mejor día del año, lo hacemos nosotros. Nuestros sentimientos. Nuestro respeto. Nuestras tradiciones. Nuestros recuerdos. Los de cada uno de todos nosotros. Y resulta que al final dan lo mismo bandas, calles, túnica del Cristo o saya de la Virgen. Dan igual recorridos, horarios, venias y petaladas. Todo eso es bonito. Pero nada es relevante. Todo da lo mismo.
En el fondo el Jueves Santo somos todos nosotros. Los que estamos aún, más los que se fueron.