El pleito de 1785 (y III)
La declaración de Fray Pedro
Enseguida el sacristán tiene que reconocer que su elección era causa de conflicto, pues venía observando una indisimulada indignación y contrariedad entre algunos de los cofrades, especialmente canalizadas en el hermano mayor saliente, quien se mostraba esquivo a la cesión de los símbolos propios de la Esclavitud: «El caso que habiendo notado alguna repugnancia de parte de los expresados hermanos que en el día parecen haber deducido la nulidad y que por ellos el hermano don Miguel de Alístrofe anteriormente hermano mayor resistía a la entrega de medallas y demás alhajas de la hermandad que permanecían en su poder...»
Resulta obvio que Fray Pedro no recibió del Padre Comendador el debido asesoramiento, ni antes ni después del simulacro de elecciones, probablemente por descuido o exceso de relajación del Prelado que subestimó una reacción de los hermanos. Es por ello que, ajeno y confiado en su legítimo proceder y a la vista de la enconada resistencia hallada en los cofrades, el sacristán se siente legitimado incluso para solicitar la mediación del Arzobispado en su amparo: «... impetré despacho y comisión de dicho Provisor a efecto de que se extraviasen aquellas y se me entregasen para que la hermandad hiciese de ellas sus respectivos usos...».
De la resistencia al desestimiento
Mas los mercedarios pronto serían conscientes de sus errores, pues van a tener conocimiento directo de las acciones emprendidas por los cofrades ante el «Señor Provincial», que no sólo dejaría sin efecto las demandas previas de los frailes, sino que viraría el sentido de las actuaciones, avanzando la instrucción del asunto justo en sentido contrario: «... se ha practicado cierta diligencia con el reverendo padre comendador, mi prelado (...) se me ha hecho cierta notificación y uno y otro hemos llegado a entender que la parte articula en sus pedimentos especies muy ajenas de la verdad».
En esta encrucijada, mostrando resistencias pero esgrimiendo en sus cavilaciones la honrosa y loable voluntad de no interferir en la piadosa devoción de los fieles al Señor de la Caída, Fray Pedro acaba declinando hasta manifestar su renuncia: «... consultado a que se eviten los daños y perjuicios que llevo relacionados no cese el divino culto con tales controversias y se tranquilizase la hermandad con todos sus individuos con expreso permiso y consentimiento de dicho mi Licenciado Prelado he venido en desistirme y apartarme de dicho ministerio que canónicamente se me confirió a elección de la mayor parte de hermanos. En cuya consecuencia estoy pronto a dar a la hermandad las cuentas de los gastos que desde el referido tiempo han ocurrido como a sí mismo de las entradas de limosna que he percibido para que entregándose en ello pongan los usos de sus respectivos destinos...».
El alegato concluye con una súplica por la total cesación del pleito: «Suplico a V.S. que en vista de los expuesto se sirva admitirme este desistimiento mediante el cual me aparto y separo de cualquier acción o derecho que en el expresado pleito pudiese competirme, mandando se le haga saber a la hermandad como tal para que constándole disponga lo que tenga por conveniente poner así es justicia que pido, juro y protesto lo necesario».
La hermandad recuperada
Aunque haya trascurrido la friolera de 235 años, nos parece que la defensa de la cofradía a cargo de estos valerosos hermanos caídos identificados a lo largo del relato no prescribe y merece este modesto reconocimiento público.
—Artículo publicado íntegramente en la Revista de Semana Santa de Osuna, 2021—