La fundación de la Merced

De azarosa puede catalogarse la llegada de la Orden mercedaria a Osuna, según el relato que a continuación se expone, según los anales del padre Pedro de San Cecilio, que sitúa la llegada de los frailes hacia 1609, impulsada por la esposa del III Duque de Osuna doña Catalina Enríquez de Ribera Cortes de Zúñiga (nieta de Hernán Cortes) y de su cuñada Ana Girón, Marquesa de Tarifa. Se establecen en la ermita de Santa Ana, aunque doña Catalina hubiese querido tenerlos más cerca de su palacio, todavía en la fortaleza medieval, lugar conocido en Osuna como "los paerones". La elección del lugar parece que la determina la existencia de agua y una extensa huerta para lo que se firma el documento de fundación en 1.607 y en 1.609 con autorización del Cardenal de Sevilla toman posesión efectiva de Santa Ana, no sin advertencia previa del Cardenal de que se le dote cantidad suficiente, dado que la Casa Ducal está intervenida, no quería dejar el Prelado a los monjes solo con los designios divino.

Quince años más tarde la congregación decide el traslado al casco urbano argumentando que las Clarisas, antiguas inquilinas habían desmontado el convento para aprovechar los materiales en la Iglesia que levantaron en la calle La Huerta, dejando Santa Ana "desacomodada y encogida". Su otra argumentación viene avalada por un informe medico firmado por Benito Matamoros en el que se alega que el lugar era demasiado húmedo y sombrío por lo que a veces se suspendían los cultos por estar los monjes enfermos o convalecientes.

El Arzobispo deniega la licencia en primera instancia y la Duquesa recurrió al Nuncio de España que si aprueba la propuesta. El traslado tiene lugar en junio de 1.623 ocupando unas casas en la plazoleta del Dr. Serrano. El Cardenal mantiene su negativa y nombra juez eclesiástico al licenciado Alonso de Silva para instruir la causa a raíz de las denuncias de las otras órdenes. En esta ocasión el conflicto no va solamente por las vías legales, tal cual paso con los jesuitas o los mínimos, sino que a los tres días del intento, los clérigos de la villa, armados y en formación de escuadrón cercaron el nuevo convento, viviéndose un episodio que a continuación se detalla, aunque en palabras del padre Pedro de San Cecilio es para callarlo. El expediente promovido por Alonso de Silva conduce a los frailes otra vez a Santa Ana bajo excomunión de todo aquel que hicieran favores o dieran ayuda en forma de pan, carne, pescado, vino...etc.

Pero volvamos a la violencia desatada en la plazoleta del Dr. Serrano. D. Miguel Gómez de Arellano, corregidor y rector de la Universidad encauza a un estudiante de cánones acusándolo de desacato contra su persona. Sin embargo los hechos son virulentos y saña extraordinaria, según declaraciones del vecino Juan Fernández y del alguacil Pedro Gutiérrez.

Hasta la casa del Dr. Torres que es la habilitada para la fundación se desplazaron, con intención de echarlos, multitud de frailes, clérigos y otras personas con armas aperos de su labranza. Se trataba de frailes dominicos y consolativos, en su mayoría, yendo hasta allí el Rector a fin de evitar el alboroto. Había orden de abandono pero de forma, parece espontánea, no se confió a la justicia el cumplimiento de la sentencia. El Rector se acerco a la puerta falsa de la casa en cuestión y vio como estaban derribando con espiochas y hachas las puertas y paredes y dentro los frailes, pidiendo favor y dispuesto a su defensa con armas. El corregidor trato de parar el tumulto interponiéndose entre los contendientes y entonces el mencionado Pedro González Delgado que era uno de los que estaban intentando derribar la puerta, alzo su hacha y tiro un golpe hacia la cabeza del corregidor. El impacto lo evitó el Alguacil, sujetando el brazo del estudiante y eso salvo a D. Miguel. Parece clara la crispación que había desatado la llegada de los frailes al casco urbano, que como queda dicho son dominicos y terceros los mas activos si bien la ferocidad descrita había impregnado a buena parte de la población. El porque se desconoce, pero se puede pensar que sería una comunidad mas pidiendo, en suma compitiendo con las demás ordenes en la captación de fieles y de su limosna. La Duquesa, recurrió ante el Nuncio, que era la autoridad eclesiástica que había otorgado la licencia para el establecimiento y aunque se levantan las excomuniones el asunto entra en un compás de espera si bien el pleito continúa su curso en la Chancillería de Granada. La muerte del prelado sevillano va a dificultar el proceso sumado a una actuación de un sacerdote de la Colegiata que afirmaba que en el Arzobispado de Sevilla existía un documento elaborado por él en donde se rebaten las argumentaciones de los frailes mercedarios para justificar el traslado. En el documento se niega la insalubridad del lugar de santa Ana, que por el contrario era santuario antiguo, de mucha devoción y necesario y al mismo tiempo se hablaba de la bondad de su agua y fértil huerta. Como prueba se decía que en catorce años solo había fallecido dos monjes, mientras que, en el resto de conventos habían fallecidos gran cantidad de frailes. En realidad el recelo era por el destino que los monjes pudieran darle a Santa Ana, una vez abandonado, que bien podía ser desmontado, vendido (la orden Carmelita estaba a la espera), con gran beneficio para ellos, dado que se le había cedido a cero coste.

No cabe duda que los relatos de la época en muchos casos son parciales e inducido para crear una opinión favorable, trabajo que como sabemos se encomendaba a los falsos cronicones.

El escrito mencionado en el párrafo anterior es buena prueba de ello. En efecto, en realidad se trata de un informe elaborado por el cabildo colegial a instancia del Consejo Real, en cuyo documento original y no el que describe el padre San Cecilio se dice que santa Ana es un lugar adecuado para la congregación descalza, cuya profesión pide soledad, vida contemplativa, quietud, oración ...etc. Básicamente los mercedarios, apoyaban su petición de traslado en otros antecedentes, pues años atrás se había autorizado el traslado del campo a la villa de varios conventos, como San Agustín y la Victoria, que se justificaban por ser colegio de estudiantes y no descalzos, además de haber tenido lugar cuando todavía no había tantos conventos en la villa. En suma el informe del Cabildo suplica al Consejo Real impedir el traslado. A la vista de esta suplica es claro que el rechazo era general por parte del clero Ursaonés y dado que las actas capitulares no recogen nada al respecto, se desconoce la posición de la elite civil en esta cuestión.

Los mercedarios continúan con el apoyo de la Casa Ducal y por ello insisten en su causa, aunque la crónica se sigue preguntando el porque de ese deseo de abandonar Santa Ana para irse a un barranco, donde no tienen huerta ni pueden tener, sin agua y sin sitio para labrar. La Duquesa, en este tiempo, doña Isabel de Sandoval, esposa del IV Duque, apoya el traslado y a su vez es impulsora de la llegada de las Mercedarias al antiguo hospital de la Encarnación. Los frailes se mantienen cuatro años más en Santa Ana ya que con esta medida se pretende evitar escándalos, considerándose que los ya habidos eran muy recientes. Por fin en 1627 se creyó que era momento para la mudanza, aunque no a la plazoleta del Dr. Serrano, sino a otras casas existentes en la calle Navalagrulla, en la que la señora había dispuesto una gran sala para que sirviera de Iglesia. Se dijo misa y colocando el santo sacramento se dio por efectiva la mudanza al nuevo establecimiento, pensando que este hecho los protegería de los asaltos, además de que doña Isabel previó a gente de su confianza para que evitaran cualquier incidente que perturbara aquella ocupación.

No sirvió de nada: Vinieron en mayor número y con mayor fuerza y desmesura que la vez pasada, con armas de fuego y acero, poniendo en fuga a los que guardaban y amenazando con muertes. La Duquesa, centrada en el duelo por el Duque (III) no intervino, lo que envalentonó a los asaltante que expoliaron todo cuanto encontraron a su paso, regresando los frailes a Santa Ana, abatidos y atónitos con lo que habían visto. La misma perplejidad abatió a la Duquesa, al igual que a la gente de la villa que no sabían que decir de tanta barbarie y desorden. Los frailes que perdieron todo el ajuar recurrieron al Nuncio, al cardenal y al papa Inocencio X, quien designo un juez que resolviera el contencioso, que establece un clima de paz, si bien los frailes permanecen en Santa Ana por espacio de diez años más.

Como era habitual en la época la creación de un convento tenía que estar precedida por un hecho o suceso milagroso, aunque lo acontecido hasta ahora es en sí mismo un hecho extraordinario, se toma la profecía de una monja que había asegurado que la mudanza tendría lugar en un plazo menor a una década. El padre Comendador redacto un escrito recogiendo esta premonición para ser custodiada en el archivo, sirviendo de memoria de este acontecimiento. Ese personaje resulto ser, como era previsible, doña Isabel de Sandoval, que para los frailes su apoyo no era una novedad. Tras lo ocurrido en la calle Navalagrulla, la Duquesa quedo pesarosa por la violencia y la furia empleada, que había dado al traste con una empresa que ella misma había alentado. Los Mercedarios y ella misma, ven a doña Isabel como enviada de Dios y el desagravio así como el traslado se convierte en obsesión y empeño, tanto que el asunto vuelve a debatirse, pero esta vez en presencia de los Duque de Lerma y Arcos, quienes acuerdan el traslado al lugar inicialmente elegido, es decir la plazoleta del Dr. Serrano.

El Duque (IV), se muestra reticente pues había comprometido su palabra con el resto de las congregaciones de no apoyar el proyecto, por lo que el de Arcos pidió a los priores que favoreciesen el establecimiento y liberasen al Duque de la promesa otorgada. Se llego al acuerdo que era necesaria nueva licencia, a pesar de contar con ella desde antiguo, marchando el Comendador a Sevilla con una carta de la señora para el cardenal, misiva que no fue firmada por el Duque, como se había exigido, atendiendo el compromiso adquirido.

La Duquesa ante el rechazo de su esposo, había resuelto actuar sin su consentimiento, por lo que el 5 de febrero de 1637, comunico al Comendador que había decidido llevar el santo Sacramento a la nueva casa que ya estaba comprada. Los Mercedarios recelosos aceptan, reclamando amparo, ya que por su pobreza no podrían afrontar las costas de los procesos que con toda probabilidad se iban a suscitar a lo que la señora da seguridad económica y el traslado se realiza oficiándose misa con asistencia de la Duquesa y gran cantidad de fieles.

La señora envió recado a su marido invitándolo a asistir a los oficios en el nuevo templo, si bien la reacción del clero no se hace esperar organizando una protesta en el palacio Ducal, exigiendo al Duque el cumplimiento de su promesa.

Doña Isabel de Sandoval, solicito al Cardenal de Sevilla y a los provinciales de todas las ordenes, que no iniciasen pleitos contra los Mercedarios, siendo la respuesta afirmativa, accediendo a la petición. Los Carmelitas entregaron la provisión y sobrecarta que habían ganado en la Chancillería de Granada, donde se prohibía la instalación. Los documentos se rompieron en un acto simbólico que escenificaba el nuevo acuerdo. Los frailes del Carmen habían gastado cinco mil ducados en el litigio entablado a raíz del traslado a la calle Navalagrulla y se resarcían con lo expoliado en la jornada del asalto. Con estas diligencias se quedo todo quieto y sosegado. Isabel de Sandoval, cuando la situación estuvo en calma, dijo que para esto solo la había hecho Dios Duquesa de Osuna.

El apoyo de la casa Ducal es innegable, si bien el cronista, insiste en lo milagroso como condición previa a la fundación, convirtiendo a la Duquesa en heroína incluso poniéndola en contra de los designios de su esposo, hecho que merece toda clase de dudas. Las suplicas y las influencias de una familia poderosa allanaron el camino y las contradicciones, aunque los mercedarios no vivían una situación boyante en las casas de la plazoleta del Sr. Serrano, pues estuvieron casi catorce años sin poder afrontar la construcción de la Iglesia. En marzo de 1650, el padre Comendador, fraile Juan de los Ángeles, solicitaba que la villa le cediese espacio para edificar un nuevo templo, argumentando que al final de la calle Migolla, existía una zona conveniente, dado que era un viario estrecho para el público, por lo que al pueblo no le era de mucha utilidad, además que las dependencias usadas como iglesia se levantaba en un sitio indecente, ya que la capilla mayor y prebisterio estaban colindante a un muladar, pues aquel lugar por su disposición se había convertido en un estercolero. Los frailes mostraban su aspiración de contar con aquel espacio ofreciendo su agradecimiento con preces y sacrificios.

El área afectada era conflictiva desde antiguo, por estar cercana a la puerta nueva y, aún hoy presenta un enorme desnivel salvado por la cuesta Marruecos. Allí se localizaba el caño de Mari Ramírez que ofrecía salida al campo para el primer arrabal extramuros, que aunque el concejo había debatido mucho a cerca de aquel lugar, ora para cerrarlo, ora para abrirlo, decide finalmente por la segunda opción, aunque no se encuentra la formula para impedir que aquello fuera escombrera y estercolero. Con el deseo de los frailes de levantar nuevo templo el problema parecía resuelto aunque el Cabildo se encuentra dividido. Los distintos pareceres no venían como oposición todavía a los frailes, hecho ya asumido por toda la población, sino que el nuevo templo estaría cercano a las minas que llevaban el agua desde el manantial a la fuente nueva. Sus galerías pasaban muy cerca de donde, con toda seguridad, se iban a instalar las criptas donde se enterrasen los frailes y otros fieles, corriendo el riesgo de que la dicha agua se infecte con la comunicación de lo inmundo de los vapores de los difuntos con los consiguientes perjuicios para la salud pública. Esta postura era la defendida por el Alcalde ordinario por el estado llano, Juan Marqués. Su homologo por el estado noble, don Juan de Cevallos, proponía que la fachada de la Iglesia que diese a la plaza se retranquease, al menos tres varas desde donde se localizaban las conducciones, lo que parecía seguridad suficiente para impedir la infección del agua, pero para ello la congregación se veía forzada a tomar dos casas y un horno de pan, siendo su compra por cuenta de los Mercedarios.

La propuesta ganadora es la de Sr. Cevallos y la obra comienza al año siguiente, durando la misma mas de 20 años, lo que indica a las claras que su culminación no fue fácil y que existía un agotamiento por parte del vecindario a la hora de aportar recursos. La fiesta para celebrar la conclusión del edificio queda fijada para el 8 de diciembre de 1.671, día de la Inmaculada, advocación muy querida por los Téllez de Girón.

A pesar de que en aquel momento se aplaude la magnificencia de lo construido y su decoración lo cierto es que un siglo después sufrió una enorme transformación a manos de Antonio Ruiz de Florindo, que también haría la Cilla del Cabildo y una casa en la calle Cueto.

Manuel García Aguilar

Osuna, 23 de julio de 2020