La Columna | Nieves Sánchez Rojas. Publicado en MERCED, nº3 —Septiembre, 2021—

La «espadiña» de Santo Domingo

Hoy, Jueves Santo de 2021, por la mañana, algunos miembros de la Junta Rectora de la Hermandad me han enseñado unas fotos de la espadaña de Santo Domingo para, después, convencerme que escriba sobre mis anécdotas con la espadaña de Santo Domingo. 

Tengo que hacer un retroceso en el tiempo y volver al Jueves Santo del año 2019, 18 de abril, último año del mandato de la junta de gobierno de la cual era miembro. Un Jueves Santo que nunca se me olvidará por muchas circunstancias.

El día se esperaba con chubascos, pero había una previsión de que para la hora de salida de la estación de penitencia dejaba de llover. Por la mañana, estuvimos reunidos con la Hermandad de la Humildad y el Consejo de Hermandades para ver qué recorridos alternativos podíamos tomar en caso de que lloviera durante la estación de penitencia.

Por la tarde, llegué a Santo Domingo, temprano, antes de que empezaran los Oficios, pues se había acordado que la puerta de acceso a la iglesia que da a la calle Carrera sería la entrada de los hermanos y devotos que realizarían la estación de penitencia, y yo me encargaba de recibir a los hermanos y de indicar a los feligreses el acceso por la otra puerta.

«Una nube y nada más»

Cuando llegué apenas estaba chispeando. Pensé: «Esto es una nube y nada más.» Pero no fue así. Empezó a llover fuerte, caer granizos, grandes granizos. Los escalones del acceso a la puerta estaban completamente tapados por una capa blanca de granizos. Los hermanos llegaban como podían ante tal tormenta, pero, para mí, lo peor fue el gran trueno que hubo. En ese momento me acordé de Nuestro Señor en la Cruz cuando expiró, me vi ante Él en ese instante.

A pesar de la meteorología, los hermanos y devotos seguían llegando para hacer la estación de penitencia. En este aspecto, no sé lo que tenemos «los Caíos», pero estamos siempre a la espera de que haya un claro en el cielo para realizar la estación de penitencia. ¿Cómo llamarlo? ¿Valentía o temeridad? 

Hoy, mirando para atrás, y haciendo memoria, desde que me puse la primera vez la túnica y el antifaz, tendría seis o siete años, son pocos los años que me he quedado sin salir, por no dejar de llover, y también pocos los que hice el recorrido de vuelta hacia Santo Domingo antes de que Jesús Caído llegara a la plaza de España.

Llegó la hora de la salida, pero seguía lloviendo. La junta de gobierno se reunió varias veces. Hasta que llegó la última, la más difícil: no podíamos posponer más la decisión.

Casi toda la junta estaba en la sacristía; faltaba Joselu, José Luis Montero, que estaba fuera de la iglesia al cargo de la banda de cornetas y tambores de la Hermandad. Ese año, la banda hacía su debut acompañando a Jesús Caído. Él mandaba audios al grupo de WhatsApp de la junta de gobierno, informando que ya se veía claro y había dejado de llover.

En la sacristía apenas se veía el cielo. Sólo podíamos consultar los móviles para ver las páginas web del tiempo. Había dejado de llover, pero no sabíamos si eso iba a durar o no. Sobre nosotros caía una gran responsabilidad. Por dentro, el corazón nos decía que había que salir, y por otro lado, la razón, que era un alto riesgo el salir.

Con la túnica remangada

Momentos difíciles. Yo ya no podía más con esa situación y dije que necesitaba ver el cielo, la lejanía del horizonte para decidirme. Casi toda mi vida he vivido en el campo, en las afueras de Osuna, donde veo el cielo después de llover y, con los años, sabes cuándo puede venir o no una tormenta, según ves el cielo. Y entonces me dijo don Antonio Jesús, nuestro párroco, que podía subir a la espadaña de Santo Domingo.

Allá iba yo, con mi túnica, la capa y el capirote en la mano, subiendo las escaleras hasta el coro. Delante de mí subían Jairo y Rubén, ambos costaleros, uno del Cristo y otro de la Virgen. Rubén también formaba parte de la junta de gobierno. Pero cuando vi la pequeña puerta por donde está el acceso a la espadaña, me paré y les dije que subieran ellos. Yo, con túnica y capa, no podía pasar por allí. Pero la intranquilidad de no poder subir me superó. Me quité la capa y con la túnica un poco remangada, para que no se ensuciara, subí por las pequeñas escaleras hasta arriba del todo. ¡Qué imagen más bonita vi! El atardecer limpio después de una tormenta, mirando para La Puebla de Cazalla, el sol se posaba en la lejanía.

Jairo, en ese momento, nos comentó que no le gustaría estar en nuestra posición, pero Rubén y yo nos miramos: ya sabíamos qué decisión íbamos a tomar. Y en ese momento puse un audio al grupo de whatsApp de la junta de gobierno: «Estoy en la espadiña, hay que salir ya. De La Puebla se ve limpio, ya, y rápido y vuelta.»

«Nos vamos pa la calle»

Y una vez comunicada mi decisión a la junta de gobierno, faltaba bajar de la espadaña. En ese momento, me doy cuenta que la túnica y el cordón me entorpecen para bajar. No sabía cómo hacerlo. Al final, me la recogí hasta la cintura y los cordones me los eché por los hombros.

Cuando llegué al coro, me puse la capa y los guantes, y mientras, a los costaleros que estaban allí, les dije: «Preparaos, que nos vamos pa la calle», sin saber si la decisión iba a ser ésa o no, pues estaba bajando lo más rápido posible para reunirme con el resto de la junta de gobierno en la sacristía. Cuál fue mi sorpresa, cuando bajaba las escaleras del salón de la sacristía y escucho al hermano mayor, Javier Recio, por el altavoz, indicar que la cruz de guía salía a la calle.

Me hubiera gustado estar en la sacristía en el momento de mi audio. Parece ser que fue un momento que no olvidarán, no sé si ya se había tomado la decisión o no, si llegó a influir o no en ella, o dejó las conciencias un poco más conforme con sus decisiones.

La colgadura de 2021 y el solano

Y en este año, 2021, la «espadiña» me ha regalado otro buen momento, no tan decisivo como el anterior, pero sí más simpático: la colgadura de las imágenes de nuestros Titulares. De este momento hay fotos.

Estaba ayudando a preparar la capilla para la Semana Santa cuando me llega Belén Vázquez, miembro de la Junta Rectora, y dice: «Que don Antonio Jesús nos permite poner la colgadura de Jesús Caído en la espadaña.» Y a continuación: «¿La pones con José María?» (José María Aguilar, miembro de la Junta Rectora).

Así que vuelvo a subir. Esta vez sin lluvia, pero con aire de levante, un solano que soplaba bastante fuerte. Por medio del teléfono, Belén y Reme (Remedios Villatoro, miembro de la Junta Rectora) nos dirigían desde abajo para saber dónde colocarla. Al final, subieron porque necesitábamos cortar los lazos para poder atarlos bien a la baranda de la espadaña y no teníamos medios para eso. Entre Reme y yo pudimos atar la colgadura, con un solano tan fuerte que teníamos que estar las dos; una atando y otra sujetando la tela para que el viento no se la llevase.

Durante los dos primeros días intentaba pasar por Santo Domingo para ver si la colgadura seguía en la espadaña o había volado. Se desataron algunos nudos, pero al tercer día ya estaba nuevamente bien fijada.

Concluyendo, mi «espadiña» de Santo Domingo se está haciendo un hueco junto con la torre de la Merced, dentro mi corazón «caío».