
La Columna | Angelines Araúz Pisón. Publicado en MERCED, nº5 —Mayo, 2022—
Un nuevo Jueves Santo
Aunque pasan los años, sigue siendo muy fuerte el recuerdo de aquellos Jueves Santo en los que abuelo Joaquín y abuela Antonia aparecían a mediodía en mi casa cargados de huesitos de santo y torrijas para celebrar en familia el día más grande del año. Detrás de ellos, todos los primos y tíos iban llenando el ambiente de cariño, nervios, ilusión, alegría.
Tres años han pasado como en blanco, como de silencio, como de desierto. Tres años desde el último Jueves Santo en que salimos acompañando a Nuestra Señora y Madre de los Dolores y Nuestro Padre Jesús Caído. Nada es casualidad y en nuestra familia ha sido un período que parece que separa aquellos Jueves Santos de una nueva era.
En este tiempo nos han dejado nuestros abuelos; los primos están lejos con sus familias, que han ido creciendo; en casa también ha habido bodas y han llegado dos pequeñas... Todo el escenario ha cambiado. Y de nuevo... Jueves Santo. ¿Cómo se vive ahora un Jueves Santo?
A mediodía, hacia la hora que se iba llenando mi casa de gente, fuimos a Santo Domingo. Allí, delante de la Virgen, sin poderlo remediar empecé a contarle a Teresita que esa Virgen es la Virgen del abuelo Joaquín, que él ha hecho ese palio, que le ha contado muchas cosas a la Virgen, que él ahora está en el cielo pero que lo podemos sentir muy cerca. «¿En el cielo?» Me preguntaba ella mirando hacia arriba desde su curiosidad y pequeño entendimiento. «¡Quiero verlo!», exclamó fuerte. «No podemos verlo, pero sí sentirlo. Cuando esta tarde nos tapemos la cara y acompañemos a la Virgen, lo vamos a sentir muy cerquita.» Ella no quedó muy conforme y seguía insistiendo, preguntando dónde estaba el abuelo.
Llegaron casi las 7 de la tarde y me encontré con Teresita de nuevo frente a la Virgen y Jesús Caído. Me lanzó los brazos para que la cogiera y, agarrada a mí, me transmitió cariño, nervios, ilusión, alegría. Llegó la hora de salir, pidió ponerse el capillo, cogió su vela, le dijimos que para ser nazareno había que ir andando y, poniéndose de pie en el suelo, agarrada fuerte de mi mano, nos dirigimos en fila hacia la luz radiante que entraba por la puerta de Santo Domingo.
Tres generaciones de la familia Arauz en los momentos previos a la salida procesional Al salir nuestra Virgen me soltó la mano para aplaudir con mucho ímpetu y, en seguida, me volvió a agarrar fuerte y así escuchamos la marcha «Bajo tu palio de flores». Así, sin hablar, sin pedir nada, y creo que sin entender nada por sus dos añitos y ser algo completamente nuevo para ella, pero sintiendo mucho. Estoy segura, sintiendo mucho.
Es inexplicable cómo no pidió brazos en todo el camino, cómo no quería hablar, no quería dar caramelos, no se quería sentar en el bordillo de la acera, no llevaba pañal y no quiso ir al baño, no quiso agua, no quiso comer. Todo el recorrido estuvo de pie cogida de la mano de su madre, de sus tías o de su abuelo, y mucho tiempo con el capillo puesto.
«Va en la sangre», nos decía el nazareno de delante con el que siempre hemos compartido estación de penitencia. Y creo que ese será el misterio porque es inexplicable cómo una niña tan pequeña ha podido vivir tan profundamente esta estación de penitencia. No sabemos lo que le movió a vivirlo así, pero está claro que es algo sobrenatural y a nosotros nos llevó al cielo. Es un nuevo Jueves Santo, sin los abuelos, sin los primos, sin comida, sin huesitos de santo, sin torrijas... Pero es un Jueves Santo que lo hemos vivido en el cielo.