Orígenes de nuestra estación de penitencia
Sobradamente conocidos son los altos preceptos que iluminaron a don Manuel de Ávalos y Pimentel en sus esfuerzos por la fundación de la Hermandad desde una extrema espiritualidad y un minucioso simbolismo. Aspectos seguramente condicionados por la mística de los tiempos.
No cabe otra consideración que reconocer la máxima humildad y devoción en quien tiene el valor de acometer tan gran obra partiendo de la más humillante confesión que es posible dejar constancia de uno mismo: «Dichoso yo, pobre y humilde gusano, el mayor pecador de todos los pecadores...».
En el capítulo 5º «de las juntas que ha de haber precisas en esta Cofradía o Hermandad», que se contiene en la Regla primitiva de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Caído y Ánimas —según copia de la misma que consta en los archivos documentales fechado en abril de 1879—, se esboza lo que puede considerarse el origen y la esencia de la organización de nuestra estación de penitencia actual.
El texto sobre la organización interna de la cofradía no es ajeno al espíritu de entrega y humildad que impregnan, como no puede ser de otra manera, todos los capítulos de la regla fundacional. En este sentido, se contempla el trato privilegiado que ha de mostrarse a quienes se acerquen a la Hermandad. De tal forma queda plasmado nítidamente que en los cabildos que se celebren, a los devotos que se quisieran participar en ellos «los hermanos le ofrecerán el mejor lugar». Y no solo eso, también al devoto que quisiera participar en los actos procesionales «se le debe también ofrecer el mejor lugar por el beneficio que hace a la Hermandad».
Más encomiable aún resulta esta actitud generosa hacia los devotos que se prestan a la cofradía cuando la admisión de hermanos tanto distaba del modelo contemporáneo de inscripción. Nada que ver con los estrictos cumplimientos de alta moralidad y esclavitud que exigían nuestras normas en los principios del siglo XVIII. Y por si esto fuera poco, el número máximo de hermanos que podían formar parte de la Cofradía no quedaba al capricho de quienes quisieran integrarse motu proprio, sino que se había establecido concienzudamente mediante simbólica elección que atendía a criterios de profunda religiosidad, «conforme al que Cristo Señor Nuestro viviendo entre nosotros dispuso (...) ochenta y cuatro discípulos cuyo número ha de ser el mismo de que se compondrá esta humilde Hermandad». A este número se le sumarían hasta veintiséis hermanos más que podían admitirse con el fin de portar a Nuestro Padre Jesús Caído en las procesiones de Semana Santa «y así hacen por todos ciento y diez hermanos».
Así pues, nos hallamos ante una Hermandad que huye de todo enaltecimiento y se muestra receptiva y generosa con todos los devotos que se presten o dispongan en la celebración de sus actos y cultos; pero al mismo tiempo, la imposición de sus mismos preceptos supone una restricción per se, implicando seguramente máximo compromiso de los hermanos en toda la vida de la cofradía.
Y en este contexto, situamos lo que podemos entender como el germen de la disposición de las estaciones de penitencia de la Hermandad que aquí apuntamos, rescatando para mejor conocimiento esta cita literal que extraemos del capítulo 5º antes reseñado, donde queda constancia cómo se procedía para la determinación de los hermanos que, en origen, quisieran llevar los enseres y los pasos del Señor, de la Virgen de la Soledad y del San Pedro.
«Y si los tres pasos quisieran llevarlos los Hermanos en sus hombros, dando la limosna que convenga no se consienta que los lleven otros que los hermanos de esta humilde Hermandad, sino es en caso que los dichos hermanos no tengan posible para poderlos llevar y teniéndolos, se les admitirán las pujas en los cabildos al que más diere, así por las horquillas de Nuestro Padre Jesús, del paso de Nuestra Señora y del de San Pedro, como de los demás instrumentos pertenecientes a dicha Cofradía, sin que por esto los demás hermanos puedan asistir por su duelo o agradecimiento de que para este efecto haya hermanos que ayuden así con sus personas como con sus limosnas».
La cuarta junta
Siguiendo el hilo de detalles curiosos y antecedentes históricos, probablemente poco conocidos, sobre la primigenia organización de nuestra estación de penitencia y sus influencias en la actual, rescatamos la descripción original de la cuarta de las juntas contempladas en el capítulo 5º «de las juntas que ha de haber precisas en esta Cofradía o Hermandad», por ser esta la que corresponde expresamente a la procesión de la Semana Santa.
Tal como destacábamos en la primera entrega, el texto de este capítulo compagina un marcado compromiso de los hermanos esclavos con una suerte de benevolencia ante el acercamiento protagónico de los devotos respecto a los cultos de la Cofradía. Entendemos que cuando se contempla repetidamente estas situaciones en los textos originales, sería más que usual que los caballeros devotos mostraran piadoso y fervoroso interés en participar de las celebraciones religiosos de la Hermandad sin llegar a necesitar vincularse a la misma. Fuere por razones de duelo, promesa, acción de gracias o cualquier otro motivo condicionado siempre por una fuerte veneración a la portentosa imagen de Nuestro Padre Jesús Caído.
La participación durante las procesiones de estos «bienhechores» a los que se permitía incluso «si hubiere algún caballero que quisiere y quisieran los hermanos» portar el Estandarte reservado al Hermano Mayor, iban acompañadas de gestos de caridad en agradecimiento por los privilegios cedidos, tal como se expresa respecto al pago, en concepto de limosna, de lo que sería una tradicional cena de celebración de los hermanos tras la finalización de la estación de penitencia de la Semana Santa.
Al mismo tiempo, puede observarse como el texto refleja la diligencia y esmero que debían cuidar todos los hermanos durante la organización y celebración de los cultos presididos por el Fundador, incluyendo una compensación en caso de no asistencia, muestra de la disciplina que se colige de las normas escritas para regir el «cuerpo de Hermandad».
«La cuarta junta ha de ser la Semana Santa en el día que saliere la procesión, donde es preciso que vayan también todos para la función de este día, han de ir haciendo cuerpo de Hermandad todos con sus túnicas y hachas en la mano alumbrando al Señor. Y el Fundador llevará su escudo en esta función y en las demás que se ofrecieren, y todos los demás Hermanos han de llevar en el pecho el nombre de Jesús y de María, de plata o bordados y si hubiere algún caballero que quisiere y quisieran los hermanos que lleve el Estandarte, sin título de Hermano Mayor, dando de limosna la cena del convite de la caballería se podrá admitir. Y entonces irán todos los hermanos acompañando a nuestra Señora por darles el mejor lugar a los bienhechores. Y no habiendo devoto que haga esta limosna, llevarán siempre el estandarte de Nuestro Padre Jesús y los hermanos en su acompañamiento.
Los pasos que han de salir en esta procesión han de ser el de Nuestro Padre Jesús Caído, Nuestra Señora de la Soledad y San Pedro llorando. Y finalmente, en las dichas cuatro juntas es preciso se hallen todos los hermanos y si no se hallaren no teniendo impedimento preciso, se multarán en tres libras de cera para Jesús.
Las demás juntas que son precisas se hagan para tomar cuentas de los cargos y descargos de la limosna de esta Hermandad, las determinará la Junta cuando conviniere».
J.C.M. 17/07/2020