¡Tres años...!

Publicado en MERCED, nº 5 —Mayo, 2022—


La película que más veces he visto, y no me pregunten cuántas pues si la encuentro empezada ya sigo hasta el final, es una -clásica entre las clásicas de Semana Santa- que cuenta una historia de Cristo, aunque en ella Jesús tiene una presencia secundaria, pero muy reveladora: Ben Hur. El film está basado en la novela Ben Hur: A Tale of the Christ, (Ben Hur: una historia de Cristo), original del general y político norteamericano Lewis Wallace.

De esta novela, con una historia de odio y perdón, ha habido varias versiones cinematográficas, entre mudas y sonoras, e incluso de dibujos animados. Me quedo con la que en 1959 nos brindara William Wyler, con sus 11 Oscar de la Academia, plusmarca igualada pero no superada con posterioridad, y el fastuoso espectáculo visual que, en esta panorámica superproducción, ofreciera en la carrera de cuadrigas.

Entre las muchas escenas que tengo grabadas en la memoria está la de la galera, desarrollada en medio de agobiante y asfixiante atmósfera entre el restallido inmisericorde de los látigos y el compás monocorde e infame que el cómitre marca con sus mazos. Entre sorprendido y admirado, el cónsul romano Quinto Arrio, excelentemente interpretado por Jack Hawkins, musitó estas dos palabras: -¡Tres años...!

Judah Ben Hur, el número XLI en la siniestra relación de galeotes condenados y encadenados en aquella nave, acababa de responderle por boca de Charlton Heston, colosal en una interpretación que le valió el Oscar, cuánto tiempo llevaba en galeras. En ésa, un mes menos un día, y en otras tres años...

Más adelante, Judah añadió: -No creo que el Dios de mis padres me haya dejado vivir tanto tiempo para luego dejarme morir encadenado a un remo...

Ben Hur, fiel a las atávicas creencias del pueblo judío, aguardaba la llegada del Mesías, pero desconocía su contemporaneidad con el Hijo del Dios de sus padres. Con Él se había encontrado sin saberlo. Se trataba del Hombre, y no quiero hacer espóiler a quien todavía no conozca la historia, que tras arrostrar el mal le había asistido en un momento de desesperación cuando, camino de su suplicio, en el alma de Judah, y por causa de una tremenda injusticia, sólo imperaban el rencor y la animadversión, que tan alejados están de la piedad y el perdón.

Cristo, con su redentora muerte en la cruz, terminará arrancando la espada del odio en el corazón de Ben Hur. 

Entre un Jueves Santo y otro

Tres años -¡quién lo hubiese imaginado aquella tormentosa tarde de abril de 2019!- han transcurrido ahora, entre un Jueves Santo y otro, para ver de nuevo en la calle, entre el calor devocional del pueblo, a Nuestro Padre Jesús Caído y su Santísima Madre de los Dolores.

-¡Tres años...! -musitaría cualquier hermano de nuestra Cofradía. Sí, tres años de espera.

Como Judah Ben Hur, hemos llevado muy bien la cuenta. Pero, a diferencia de lo que sucede con el protagonista de tan famosa novela llevada a la gran pantalla, para nosotros no hubo condena ignominiosa de por vida, ni látigos cuyos flagelos levantan la piel y hacen brotar la sangre. La vida, eso sí, nos puso una durísima prueba, que no termina de extinguirse entre mascarillas y test de antígenos, y cuyo origen continúa sin estar aclarado. Esa dramática prueba nos llenó, y sigue llenando, de profundo pesar, ya que la maldita pandemia aún no ha acabado y a ella se ha unido una nueva e injusta guerra en Europa, que se suma a otras guerras olvidadas en el mundo.

Pero a diferencia del noble judío, sometido a una continua incertidumbre, nosotros sí sabemos quién asistió a Judah en momento de grave tribulación y luego con su muerte le redimió. Es el mismo que nos protege y ampara. Es el Señor de la Caída, centro de nuestra devoción, que está siempre con nosotros. A quien podemos rezar y hablar abiertamente todo el año en la acogedora intimidad de su capilla de Nuestra Señora de la Soledad.

Por eso, la dimensión temporal de los tres años en cada caso no ha podido ser la misma. Me acordé de fray Luis de León, el gran humanista, y su «decíamos ayer...», la famosa cita que atribuyen al agustino y parece apócrifa, cuando delante del palio de Nuestra Señora y Madre de los Dolores comenzaba mi estación de penitencia de este año, en el atrio de la iglesia de Santo Domingo. Me pareció ayer el Jueves Santo de 2019, tan incierto en un principio por la furiosa tormenta que, orondos granizos incluidos, se desató sobre Osuna.

Conforme se marchitan la adolescencia y la primera juventud, los años vuelan en el efímero soplo que es la vida y las perspectivas cambian. Frente al vendaval que inexorablemente empuja y arrastra las hojas del calendario, conforta tener consciencia de que en nuestra capilla siempre es Jueves Santo. Ahí la tenemos para nuestro gozo y plenitud. Así pasen tres... o 300 años.

José María AGUILAR