Un café con el fundador

La Columna | Juan Carlos Maysounave y José Mª Aguilar. Publicado en MERCED, nº6 —Septiembre, 2022—

Un café con don Manuel de Ábalos

Poco antes de que N. H. Aniceto Vadillo fuera ordenado presbítero, en histórico y solemne acto celebrado en la catedral de Sevilla, el medio digital ursaonés de ámbito cofradiero El Estandarte publicó —como antesala del significado acontecimiento— una oportuna y acertada entrevista, firmada por Carlos Bellido García.

En síntesis, la sugestiva conversación se detuvo en aspectos tan interesantes y profundos como la llamada de Dios, la formación recibida, el acto de la ordenación en sí mismo, sus primeras homilías como sacerdote, su relación con Osuna o cómo afrontaba el sacerdocio en los tiempos actuales.

Siendo éstos los temas centrales y de interés general para todos los lectores de la publicación, en el cuestionario nos llamó poderosamente la atención otra pregunta —más liviana y personalizada— y la curiosa respuesta aportada por el entrevistado, muy en consonancia con sus sentimientos caídos.

La entrevista que pudo ser Felicitamos al entrevistador y al medio digital por su acertada publicación, que nos ha inspirado en nuestra revista —bajo licencia literaria— para fantasear con ese ficticio «café» apuntado por Aniceto, «el presbítero de Jesús Caído».

Así pudo ser la charla. 

—Señor Ábalos, ¿cómo fueron los comienzos de la Hermandad?

—Querido Aniceto, que serás pastor de almas, te digo que por diversas circunstancias vitales, muy largas de contar aquí, me trasladé desde Granada hasta Osuna, donde comencé una nueva vida al lado de la que sería mi esposa, María Núñez, en 1676. Por aquel entonces, dada mi vecindad con el templo y siendo yo muy piadoso, comencé a visitar la iglesia de la Merced con asiduidad, casi a diario. Allí hice buenas amistades con los frailes, quienes alimentaron mis fuertes creencias y a quienes confesé el proyecto que me obsesionaba después de aquellas lecturas del jesuita toledano y la visión de ese Jesús Caído que, tras el salvaje castigo de la flagelación, tanto me impresionaron en aquellos grabados flamencos y aquel cuadro del pintor sevillano con aquellos ángeles queriéndolo consolar...

—¿Y qué pasó entonces?

—Pues que la idea empezó a materializarse a finales del siglo XVII y nos ocupó durante bastantes años. El padre comendador y otros frailes mercedarios me guiaron y aconsejaron para que tratara de organizar una Esclavitud al servicio de la visión que tanto me marcó, como ya te he comentado. Mis familiares en Osuna, Francisco García Calvo y su mujer, también me animaron mucho. Luego conocí a un carpintero que venía de Écija y hacía trabajos en la Merced, con quien hice buena amistad. Le propuse la idea de tallar esa misma imagen que me perturbaba. Aunque al principio era reacio por su falta de experiencia, la misma devoción y nuestros rezos lograron guiar misteriosamente sus manos. A partir de ahí, cada vez se fueron acercando más feligreses y amigos que se interesaban en el proyecto.

—¿Cómo se vivía la Hermandad dentro del templo de la Merced?

—Cada cierto tiempo, y siempre después de misa, los frailes nos permitían reunirnos en el convento. Con el paso de los años las constituciones estuvieron muy avanzadas y el grupo que formamos empezó a funcionar propiamente como Hermandad, celebrando regularmente nuestros cabildos. Estábamos todos muy ilusionados.

—¿Qué sintió cuando vió por primera vez el rostro de Jesús Caído?

—Al comenzar el siglo XVIII, maese Alonso Gayón, el carpintero de quien te hablé antes, nos comentaba los avances en el diseño que tendría la talla de Cristo y calculaba que, en poco tiempo, estaría terminada. Afortunadamente sus miedos iniciales se aliviaron y quedaron transformados en satisfacción gracias a la omnipotencia divina. Finalizó totalmente la imagen del Cristo en el mes de septiembre de 1703. Por cierto, me comentó que dejó escritas unas palabras de agradecimiento para el recuerdo en un pequeño pergamino, que introdujo en la cabeza del simulacro del Señor.

¡Cómo nos impresionaba nuestro Divino Pastor Jesús Caído! Cuando Francisca de Guerra, mi parienta, accedió a cedernos la capilla que tenía en la iglesia para exponer la sagrada imagen al culto público, vimos que cada vez eran más los feligreses y curiosos que se acercaban a dedicarle sus oraciones y ruegos. Los frailes también estaban muy dichosos. Hasta nos permitieron que usáramos para nuestras procesiones y cultos a la Virgen de la Soledad y al Señor San Pedro, que se encontraban en otras capillas de la iglesia. Fueron unos momentos únicos e irrepetibles. Yo, gran pecador, tengo que reconocer que sentí una paz interior muy grande y me di cuenta de que Jesús Caído iba a traer muchos devotos a la iglesia y que la fundación oficial de la Esclavitud, un par de años después, sería un acierto y ayudaría a todos los hermanos, incluso al pueblo de Osuna.

—No sé si sabrá que, con el paso del tiempo, han cambiado muchas cosas: ya no estamos en la Merced, la iconografía original del Señor fue modificada...

—¡Lo sé, claro que lo sé! Son avatares del destino y consecuencias de la antigüedad que atesora la Esclavitud. Pero hay algo que me inquieta...

—Dígame, por favor.

—Sé que conserváis el bendito cuerpo del Señor que talló maese Gayón y llenó de gozo y fervorosa devoción a muchísimas generaciones de hermanos por más de dos siglos. Os animo a que penséis seriamente en su restauración y le ensambléis un rostro, para recuperarlo como piadoso patrimonio de los caídos, sin que con ello nada se altere de vuestros Sagrados Titulares actuales, ni de las costumbres y cultos hacia ellos dedicados. Os hago esta petición porque también son vuestras raíces, de las que no os podéis desligar por muchos años que pasen.

—Me deja impresionado don Manuel. Muchas gracias por todo, ¿Algo que añadir?

—No me tienes que dar las gracias, Aniceto. Yo sólo fui el eslabón inicial de una cadena de devoción a Nuestro Padre Jesús Caído, que formamos todos los hermanos a lo largo del tiempo, y ya son más de 300 años. La Hermandad es de todos y nadie es más que nadie. A todos vosotros, mis hermanos del siglo XXI, os suplico no renunciar nunca a nuestra fe, única verdadera. Os estimulo a cumplir siempre y en todo momento cuanto disponen nuestras Sagradas Reglas, que ya sé que las que redactó este humilde e indigno servidor de Dios Nuestro Señor estuvieron vigentes hasta el año de 1985, demasiado tiempo. Difundid la Palabra de Dios y practicad con extrema generosidad la caridad, tanto material como espiritual, y sobre todo sed sencillos y humildes.