Una reflexión personal

Publicado en MERCED, nº 2 —Semana Santa, 2021—


Vaya por delante de este atrevimiento que siempre he estado tentado de escribir un artículo, una vivencia, una exaltación,... Debido a mi historia de cercanía en nuestra querida Hermandad, cuando se me ha ofrecido hacer este escrito se me pasaban por la cabeza miles de excusas para desistir, pero ha prevalecido un pensamiento sobre ellas: cada miembro de una hermandad debe aportar su granito en el quehacer de ésta y, habiendo vivido mucho tiempo «al otro lado de la barrera», he empatizado con los miembros de esta Junta Rectora y he dado el paso adelante.

No me considero ejemplo de nada; más bien, todo lo contrario. Por ello, mi única intención es publicar una vivencia que se ha quedado grabada en mi corazón para que quede inmortalizada y pueda recurrir a ella cuando la memoria empiece a fallar. 

Cuarenta y cinco años me contemplan ya en este mundo de Dios. Cuarenta y cinco años en el seno de nuestra querida Hermandad. Cuarenta y cinco años, como se puede comprender, de vivencias de todo tipo y siempre tan intensas que el corazón se encoge al recordarlas. Bien con un grupo de amigos-hermanos, bien sea en familia. Pero hay una que se me quedó marcada en el corazón y seguro sorprenderá a muchos.

Ocurrió el Jueves Santo de 2009 en la salida de la Cofradía desde la Insigne Iglesia Colegial. Tuve el  inmenso honor de llamar al martillo del paso de Ntro. Padre Jesús Caído y hacer la levantá previa a la salida. El motivo fue la deferencia que conmigo tuvo N. H. Javi León, capataz del paso del Señor, debido a los fallecimientos con una diferencia de apenas tres meses de mi padre (el día de Ntra. Sra. de la Merced) y mi tío Dioni (el 21 de diciembre).

Unas horas antes de la salida, fui sorprendido por Javi con tan impactante noticia para mí y, al igual que con este artículo, se me pasaron por la cabeza miles de excusas para evitar el rubor y, sobre todo, el fallo en tan magnánimo cometido. Pero el pensamiento en los finados y la honra que les debía por tanto vivido, aprendido y degustado, y mirando a nuestra Sra. y Madre de los Dolores en un momento de introspección interna, se me vino a la cabeza todo lo que tenía que hacer y decir. Acepté y agradecí, por lo tanto. 

Las horas se hicieron cortísimas, y el nerviosismo, grandísimo. Llegó el momento cuando Javi vino a buscarme en el frente del paso de Ntra. Sra. y Madre de los Dolores, con cuya cuadrilla de fieles costaleros me hallaba preparando la salida. Con paso firme, para no evidenciar mi creciente nerviosismo y carraspeando constantemente para aclarar la voz, me fui agigantando conforme acompañaba a Javi al frente del paso del Señor, que ya había cuadrado en la puerta de la Colegiata para acometer la salida. La imagen imponente de Ntro. Padre Jesús Caído ante mí terminó de darme el ánimo suficiente para sacar la voz que me hacía falta.

Todos, de alguna u otra manera, nos conocemos en la Hermandad. Todos tenemos opinión hecha, algunas inamovibles, sobre los demás y sus actuaciones. Por eso, en ese momento, yo no me sentí protagonista. No lo era, desde luego. Yo sentía la necesidad de extraer de mis adentros el legado que nos habían dejado los desaparecidos. Y ya no sólo restringiéndome a mis antecesores, sino a todos los que nos precedieron en la Hermandad y nos legaron este tesoro santo cuyo cuidado, fortalecimiento y perdurabilidad nos compete.

Aquella llamada, aquel momento, se ha enraizado en mi corazón y no hay ocasión que me venga a la mente que provoque mayor nudo en la garganta. Aquellas palabras, emanadas desde el alma, fueron para mí un momento único. Expresadas con la mayor humildad que en mí había, dije algo así como «...por una Hermandad, por la Hermandad que nuestros padres nos contaban, por la Hermandad que nuestros antepasados nos hicieron vivir de niños, por la Hermandad que tenemos la obligación de hacerla más grande aún...» 

Esa Hermandad que, tan dulcemente, nos contaban en tantas ocasiones de Hermandad, valga la redundancia: montajes de pasos, cultos, reuniones, eventos, etc. Esa Hermandad que, de niños, vivíamos y deseábamos que surgieran ocasiones para repetir juegos y vivencias. Esa Hermandad en el recuerdo que a todos nos transmitieron y heredamos. Esa Hermandad que se vanagloriaba de dar de comer al pobre, de fomentar la fraternidad. Esa Hermandad que todos deseamos, en definitiva. 

Insisto en que no soy ejemplo de nada, pero yo voy a aportar mi granito. Espero que sea bueno. Mi intención es esa. Los hermanos que están al frente de la Hermandad lo necesitan. La Hermandad lo necesita. Rememos todos en la misma dirección.

Escribo esto recién entrados en la Cuaresma de este 2021. Tiempo cristiano de conversión por antonomasia, tiempo para recapacitar y convertirse. Estamos en plena pandemia mundial que nos ha arrebatado a miles de hermanos q.e.p.d. y a nuestra normalidad. Aprovechemos este punto de inflexión para, sí no empezar de nuevo, tomar el impulso necesario para ayudar a nuestra Hermandad a ser lo que nos contaban nuestros padres.

Manuel Félix ANDÚJAR PULIDO